Sólo el amor salvará al mundo.
Al amor le debemos todo. Cuando nos hace felices somos
sonrisa, de ojos y boca, de oreja a oreja, de células a células que se ríen
como en espejo. Cuando nos hace bien queremos que todo el mundo se sienta
igual, como reflejos de nosotros mismos, en todo lo que es luz en ese pedacito
de tierra que llamamos hogar, sea donde sea. Cuando nos abriga soñamos con el
olorcito estival de madrugadas mirando las estrellas, o con el fuego
crepitando, todo oro y brasa, en una nochecita de invierno. Cuando el amor nos bendice
con la correspondencia de ese otro que nos acompaña en penas y gloria, parece que
todo se hace con cabeza en alto, pisada firme, corazón a punto de estallar, y
mirada brillante.
Ay, pero esas penas de amor son tan agridulces. Sus heridas
son tajos palpitantes, rojos, supurantes, que liberan todo lo que llevamos
dentro. Cuando el amor nos da la estocada somos lágrimas. Lágrimas que inundan
todo lo que está al alcance de la vista. Lágrimas que caen por adentro y van
llenando los rincones de agua salada, pero que tardan en cicatrizar esa herida
mortal. Cuando el amor nos lastima apretamos los dientes como carbones bajo presión;
cerramos los ojos, para recodar las historias que se borran, como libros que se
pierden, y quedan inconclusos en algún rincón de la ciudad más triste del
mundo. Cuando el amor nos enmudece, nacen las canciones más dulces. Las poesías
más desgarradoras. Las pinturas más enternecedoras. Las esculturas más fuertes.
Al amor le debemos todo.
Nuestra luz y nuestra oscuridad. Las fuerzas para iluminarnos.
Nuestras caídas y nuestras batallas ganadas. Las fuerzas
para levantarnos.
Nuestras sonrisas y nuestros llantos. Las fuerzas para
vivir.
Al amor le debemos todo lo que nos hace esto que, por algún
motivo, llamamos humanidad. No por nada, en esos momentos en que somos concebidos
decimos “hagamos el amor”.
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