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Me la juego que la cura está en el mar.

Hacé silencio. ¿Los escuchás? Van haciendo ruidito a cristales. El entrechocar se eleva como cánticos navideños, pero con un dejo amargo y oscuro. Se puede sentir desde lejos en las grandes ciudades. Se puede escuchar con tristeza en las noches de luna llena. Hacé silencio. Prestá atención. Son los corazones hechos pedacitos que alguien no supo amar. Los escuché por primera vez a los 15 años. No entendía de dónde salía ese ruidito a caja de rompecabezas. Me costó algún tiempo darme cuenta de que salía de adentro mío. Cuando caminaba. Cuando bailaba con mis amigas. Cuando corría el colectivo. En cuanto lo comprendí, empecé a escuchar los demás. Escuché las "cajas de rompecabezas" en las chicas que esperaban el bondi en mi parada. Percibí alguna vez las "canicas" en una joven paseando un perro. Una vez me pareció escuchar casi una "lluviecita de astillas" en un hombre cabizbajo y oscuro que me cruzó fumando un pucho. Pronto me dí cuenta de que todos

Que yo cambie no es extraño.

Van corriendo dulces y cristalinas hacia la gran extensión.  No saben por qué ni cómo, pero la necesidad de ser algo más, las llama. Las hermanas sonrientes las abrazan, y forman olas sabrosas, sin saber de dónde salió sal.  La intensidad del oleaje y ese sazón increíble las llena, las une, las identifica. El cambio llega, y se sienten livianas y libres de sal, volando hacia Eso que es todo y nada. Eso que las mira con un ojo dorado y otro plateado. Eso que las estrella. Se condensan, se aman, se rozan, se agoldonan. Y antes de que se den cuenta, están cayendo. Caen copiosas. Caen melodiosas. Caen dejando olorcito a tierra y mojada, y van.  Van corriendo dulces y cristalinas hacia la gran extensión.  Siempre acaba y vuelve a comenzar... ¿Es que acaso tiene principio y final?

Sólo el amor salvará al mundo.

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Al amor le debemos todo. Cuando nos hace felices somos sonrisa, de ojos y boca, de oreja a oreja, de células a células que se ríen como en espejo. Cuando nos hace bien queremos que todo el mundo se sienta igual, como reflejos de nosotros mismos, en todo lo que es luz en ese pedacito de tierra que llamamos hogar, sea donde sea. Cuando nos abriga soñamos con el olorcito estival de madrugadas mirando las estrellas, o con el fuego crepitando, todo oro y brasa, en una nochecita de invierno. Cuando el amor nos bendice con la correspondencia de ese otro que nos acompaña en penas y gloria, parece que todo se hace con cabeza en alto, pisada firme, corazón a punto de estallar, y mirada brillante. Ay, pero esas penas de amor son tan agridulces. Sus heridas son tajos palpitantes, rojos, supurantes, que liberan todo lo que llevamos dentro. Cuando el amor nos da la estocada somos lágrimas. Lágrimas que inundan todo lo que está al alcance de la vista. Lágrimas que caen por adentro y van llen

¿Qué tango hay que cantar?

¿Viste cuando dicen “estás mal de la cabeza”? Yo tengo eso, pero del corazón. Para mí, el amor es un sentimiento tan lindo y mariposiento, que creo que es fácil sentirse “enamorado”. Lo difícil es que sea verdadero. Creo que es fácil “enamorarse” de lo socialmente correcto. De lo que atrae. De lo que llama la atención. No hay piedras en el camino hacia el amor por unas tetas, o esa boca que te nombra. No hay escombros en seguir los pies de la delicadeza. No hay sombras en el mediodía del amor superfluo y neoliberalista. Lo verdadero, lo absolutamente verdadero, es enamorarse de las pecas que se achinan cuando la hacés reír. Del rollito en la panza por las birras que compartieron. De las lágrimas que caen cuando se da cuenta de que no estás listo para ser compañero de viaje. Lo real es enamorarse más allá de la convencionalidad de un culo de revista, que hoy son todos iguales. Lo difícil es enamorarse de una persona, con todas sus aristas, con todos sus recovecos

¿Cómo no voy a esperarte?

Yo no me explico cómo no sentís el amor que te brota por los ojos cuando me descubrís, sin querer, entre la multitud. Yo no entiendo cómo no sentís el amor que se te escapa en las sonrisas que me dedicás cuando me encontrás espiándote sin permiso. Yo no comprendo cómo no sentís el amor que se te desprende cuando descansás tu cuerpo entero en mis abrazos. Yo no concibo cómo no sentís el amor que naufraga en las palabras cuando no te animás a decirlas, pero las adivino. Yo no te creo que no sentís el amor que estoy sintiendo, porque brota, escapa y se desprende de vos mismo, y, en vos mismo, naufraga. Siempre aquí te espero.