La soledad va creciendo con la niebla de este invierno.
Niebla en la ciudad, y no sé qué me genera. Como todo, me despierta
(o me adormece en la ternura de) querer estar con vos.
Camino las cuadras que separan mi casa de cualquier lado,
porque en realidad lo que quiero es caminar y llorar.
Llorar. Fundirme en la niebla. Ser niebla. Hacerme miles y millones
de gotas de agua, ingrávidas, y suspenderme en el aire. Suspenderme en la contención
cadenciosa del aire de la ciudad.
Con la cabeza maquinando en miles de recuerdos como gotitas
que se espesan en mi memoria, en mi corazón, en mi cuerpo. Mi alma se hace
niebla. Mis ideas se hacen niebla. Mi sangre se hace niebla. Me culpo por
quererte. Te culpo por no quererme.
¿Vale la pena? ¿Vale la soledad? ¿Vale la sutileza de rememorar
cada segundo juntos en una esfera de agua, en una gota que cae de los canales a
los costados de mis ojos, y se condensa en niebla? ¿Vale la niebla?
Sé que esta noche en la ciudad, al lado del mar, sería
hermosamente misteriosa si en mi mano tuviera tu mano llena de música y amor.
Me encantó ese remate, ahí. Gracias.
ResponderEliminarGracias, Jorge, que tengas un lindo día allá en el sur. Abrazo!
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