El tesoro que no ves.
Hoy hablaba de cómo no nos vemos.
No vemos quiénes somos. No vemos qué tenemos.
Queremos ser algo más, queremos ser diferentes.
Sobre todo queremos que nos quieran.
Pero muchas veces en ese querer, no vemos todo lo que tenemos
para ofrecer.
Por eso, te pido por favor, no te pierdas.
Mirate, amate, así como sos. Y cuando te encuentres, empezá
a trabajar todo eso que querés cambiar. Sos hermoso, sos increíble, llegaste
muy lejos en un mundo que está preparado para aplastarnos.
Tenés fuerzas, tenés
sonrisas y tenés lágrimas.
Tenés ánimos, tenés cambios de humor, tenés cambios físicos.
Tenés, ante todo, esa posibilidad de cambiar, de mutar, de salir de lo que te
hace mal, de caminar hacia lo que te hace bien.
Tenés la posibilidad de juntar pedacito por pedactio de tu
alma y coserlos, entretejerlos, pegarlos con cola de carpintero o savia de un
árbol. Lo que más te guste.
Podés respirar la brisa del mar, el olor de la lluvia en la
tierra, el aroma del mate a la mañana.
Lo mejor, lo mejor de lo mejor, es que te pueden faltar
piernas y brazos, podés perder la capacidad de hablar, ver o escuchar, pero
siempre vas a tener ese corazón gigante, con lugar para todos, con ganas de
ayudar, con ojos y bocas y oídos para quien los necesite.
No dejes de mirarte, no pierdas de vista quién sos. No te subestimes. No te menosprecies. No dejes
de buscarte, no sientas que no estás. Estás, y no sólo eso, sino que sos. Existís.
Sos una casualidad impresionante. Aprovechate. Alma mía, no vas a regatear.
Comentarios
Publicar un comentario