Nunca supe perder.
Es un alma rota.
Desde siempre. Desde que tiene memoria. Un alma rota que
intentó pasar por entera. Que intentó ser mejor. Que intentó crecer
espiritualmente. Que intentó amar para siempre.
Pero nunca dejó de ser lo que era: un alma rota.
Quizás la rompió su madre, al hacerle creer que debía ser
diferente.
Quizás la rompió su padre, al abandonarla.
Quizás fue ese primer amor, tan cruel.
O ese segundo amor, tan vacío y violento.
Lo cierto es que esta alma rota te encontró, quizás más roto
que ella misma, y se hizo la experta. Se hizo la que no pasaba nada, que estaba
todo bien, que todo se podía aprender.
Se bancó caídas, curó heridas, cuidó sueños. Soportó
tristezas con su actitud más guerrera e inquebrantable. Superó obstáculos casi
atléticamente. Canchereó. Flirteó con la muerte vincular, pero siempre salió
airosa. Se la dio de campeona, de invencible, de revanchera.
Por hacerse la entera soñó con crecer. Por creerse que tenía
alas, quiso volar. Por sentirse completa, saltó. Y así cayó.
Cayó desde lo alto. Y cada pedazo de su alma rota se rompió
en miles de pedazos más.
Alma rota se rompió y si ya nadie la ama, se ama ella misma.
Porque ella entiende a cada uno de sus pedazos y por qué están ahí. Alma rota
se sabe cuidar sola. Vos no.
Todos estos años cuidando tus pedazos (haciendo como que mi
alma estaba entera), reparando, ayudando, acompañando, guiando, recomponiendo,
cosiendo, zurciendo, emparchando, nivelando, acomodando.. y yo que? Nunca
imaginé escribir nuestro final, pero de algo estoy segura: estos años ganaste
más que yo, pero sólo por eso, hoy perdés más. Suerte.
Comentarios
Publicar un comentario