Menta y limón.

Las rosas se cerraron con su portazo, como si hubiese llegado el invierno. No me doy cuenta del paso de los días, tal vez simplemente yo dejé de atenderlas.
La casa está vacía. Y los espejos, tristes. Hay mucho espacio. Todo falta. Todo sobra.
Desde la cama todo se ve diferente. Voy a hacerme un té. Lo extraño. No quiero pararme a hacer el té.

Al parecer las flores no son las únicas que notan su ausencia. Me duele la cabeza. Me duelen las manos. Me duele el alma. 
Pasa un segundo, un minuto, una hora, un día, una semana, un mes, un año, un siglo. Giran, giran y giran.
Vuelvo al piano. Sí. Puedo hacer música. Melancólica, pero el arte necesita de la soledad, de la miseria y de la pasión. Es una flor rocosa que pide vientos fuertes y terrenos duros.
Las teclas, frías, gritan todo lo que yo quisiera gritar.
Y no hay nadie, nadie para escuchar.

···
Silencio musical. Silencio en toda la casa. Quise abrir mis labios para cantar, pero lo que abrí fueron los ojos.  Y las lágrimas brotaron, borrando a su paso la demencia, la tristeza y la soledad. Regando las flores. Regando la tierra seca de mi alma. Llenando el vacío que dejó tu sombra. Llenando el vacío que dejó tu adiós. Borrando el sonido del portazo. Cubriéndolo con melodías y el suave arrullo del agua.
Con mi música, con mis letras, con mis flores, con mis lágrimas... sé que puedo vivir sin vos.

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