En un instante.

Hay una mesa larga con familia, amigos, recuerdos, risas.
Hay una mesa larga con tintineos de cristal, de metal, de porcelana.
Hay una mesa larga con burbujeos que recuerdan a frutas, a cebada, a deseo.
Hay una mesa larga con aromas dulces, deliciosos.
Hay una mesa larga con claroscuros, grises y transparencias.
Hay una mesa larga con colores que te gritan, que se esconden, que juegan.
Hay una mesa larga con personas que ya no están, niños que ya crecieron, sueños que se durmieron.
Hay una mesa larga cubierta de seda, de frío y calor que se entremezclan.
Hay una mesa larga con gusto a demasiado, a recargado, a insaboreable.
Hay una mesa larga que percibo con mis cinco sentidos. O seis, o siete.

La recorro con la vista hasta que encuentro tus ojos
Como esas dos canicas extraordinarias, ganadas en un mano a mano que atesoraba de pequeña. 
Como dos caramelos media-hora, que me recuerdan mi niñez, y que quiero volver a probar. 
Como dos lunas, que me devuelven la juventud, y que siempre quiero mirar. 
Como dos fueguitos que me hablan,  me sonríen,  me llaman, me queman y a la vez me congelan. 

Encuentro tus ojos y la mesa queda vacía. 
No lentamente como cuando se va apagando el día, no. 
Se vacía en un instante.
Sólo hay dos canicas, dos caramelos, dos lunas, dos fueguitos. 
Y vos. Tu cuerpo. Tu aiúa. Tu calor. 
Lo puedo sentir. 
Y te amo. Más que nunca y como siempre. 
Te amo. Sólo puedo sonreír. 
Y con tu sonrisa, todo vuelve a su lugar.
Siempre.

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