Magnetismo asesino.

Es una historia vieja. Conocida. Gastada. Una historia que muchas personas leyeron y muchísimas más oyeron hablar de ella. La comentaron. La meditaron. Pero parece a propósito, que cuando uno está mal, busca las historias que representan lo que está viviendo, busca una figura que haya pasado por lo mismo, busca una canción que explique toda su situación. Otros con más suerte se pueden sentar a escribir. Y expresar lo que sienten. Y escribir, escribir, escribir. Torrentes de letras, palabras, frases, párrafos que expresan todo lo que sienten, todo lo que a los demás nos cuesta mostrar. No soy de éstas personas. O tal vez sí. Pero hoy no. Todos los días cambiamos. Todos los días tenemos derecho a ser quien queramos ser, a hacer lo que queramos hacer, pensar lo que queramos pensar, soñar lo que queramos soñar. Hoy transcribo una historia. En esta historia hay un oso. Un oso que camina tranquilo por el bosque y llega a un campamento humano, completamente vacío. Allí un aroma especial lo guía hasta una olla puesta al fuego, cocinándose. El oso, desconcertado por todo, pero sintiendo el olor a comida, toma la olla, la abraza para sumergir su cabeza en ella. Pero el calor del fuego, y de la olla, queman su pancita y sus brazos. El oso, desconociendo esta situación, cree que alguien está intentando sacarle su olla con comida y abrazando más fuerte la olla, empieza a gruñir. Y cuanto más abraza la olla, más se quema. Y cuanto más se quema más gruñe. Cuando los hombres llegaron al campamento, se encontraron al oso muerto, con cara de dolor y gruñidos, y la olla fuertemente pegada a su piel. ¿Cuántos de nosotros somos el estúpido y pobre oso? ¿A cuántas cosas nos aferramos más y más sabiendo que nos están lastimando? Buscando terceros para echar la culpa, buscando al que nos está sacando la olla y gruñendo cada vez más fuerte para ni si quiera tener qué pensar “¿qué estoy haciendo?”. Somos terriblemente atraídos por un aroma, a una situación que parece tan perfecta, como un campamento vacío. Y pareciera que todo está listo, así, desde el principio de los tiempos, sólo para nosotros. No pensamos, no vamos con cautela, no usamos los 5 sentidos, no, no, no.


Caí en la trampa una vez más. Tropecé con la misma piedra. Busqué las mismas similitudes, deseché las mismas diferencias. El aroma llegaba a través de los árboles hasta donde estaba yo muy tranquila. Una sonrisa, unos ojos, una personalidad. Magnetismo. Locura total. No pensé. Sólo sentí. Y en cierto modo, no lo vería mal, si no fuera porque hoy esa olla me está matando. Gritar. Llorar. Gruñir. Nada de todo eso sirve. Y aún así no estoy lista para soltarla. Probablemente lo esté algún día, de un momento a otro. ¿Mientras tanto? Gruñir. Gruñir y abrazar. Aferrarse a recuerdos, fotos, palabras, sonrisas, miradas, caricias, momentos. Momentos que no se borran. Momentos que queman como una olla al fuego. Momentos que cambian la piel, la mirada, la sonrisa y la vida misma.


No te puedo ver. No te puedo querer. No te puedo sonreír. No te puedo hablar. No te puedo escuchar. Ya estoy muerta. Y aún así no te puedo soltar. Sigo abrazada, aferrada. Seguís siendo una “olla de comida”. Seguís despidiendo ese aroma. Seguís en plenas facultades de alimentarme. Pero yo estoy muerta, contra un árbol. No me puedo mover. Y no puedo sentirte. Pero vos seguís ahí. Y yo te sigo abrazando. Muerta.

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