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En un instante.

Hay una mesa larga con familia, amigos, recuerdos, risas. Hay una mesa larga con tintineos de cristal, de metal, de porcelana. Hay una mesa larga con burbujeos que recuerdan a frutas, a cebada, a deseo. Hay una mesa larga con aromas dulces, deliciosos. Hay una mesa larga con claroscuros, grises y transparencias. Hay una mesa larga con colores que te gritan, que se esconden, que juegan. Hay una mesa larga con personas que ya no están, niños que ya crecieron, sueños que se durmieron. Hay una mesa larga cubierta de seda, de frío y calor que se entremezclan. Hay una mesa larga con gusto a demasiado, a recargado, a insaboreable. Hay una mesa larga que percibo con mis cinco sentidos. O seis, o siete. La recorro con la vista hasta que encuentro tus ojos .  Como esas dos canicas extraordinarias, ganadas en un mano a mano que atesoraba de pequeña.  Como dos caramelos media-hora, que me recuerdan mi niñez, y que quiero volver a probar.  Como dos lunas, que me devu

Hilos.

Hace mucho que no escribo. Por lo general eso significa que va todo bien. O puede significar muchas cosas (como que no tengo internet en casa), porque nada es unicausal. La cuestión es que hoy es un día gris. La lluvia me empapó. El bolso chorrea agua y el último libro que me regalaste se mojó en la puntita y casi se arruina la dedicatoria. Tengo la ropa mojada, las medias mojadas, el alma mojada. Y todo eso, o nada de eso, o un poquito de eso, me lleva a escribir. Estaba pensando en el bondi (gran lugar de meditación, como la ducha o la cama), que las personas que nos marcan se quedan atadas a nosotros con hilitos. Hilitos elásticos que se estiran se estiran se estiran, hasta que ¡paf! O se cortan (en teoría)o se vuelven a su lugar. Una carta, un abrazo, una foto, un reencuentro directo (en mi caso, también sueños) con la persona nos trae y nos recuerda toda esa conexión, esa marca, ese algo que nos unía. A veces sale para la mona, obvio. Hace un tiempo me escribió mi primer novio